Supongo
que todos de niños hemos cometido algún error. Para mí lo que hice, o más bien,
lo que no hice, ha supuesto una carga de conciencia durante estos últimos trece
años, y, lo que es más importante, la pérdida de uno de los tesoros más
preciados: la amistad. Me transformé en lo que hoy soy a los doce años. Era un
caluroso día de verano de 1988. Tengo en la memoria el momento exacto: estaba
escondido detrás de una pared de ladrillos medio desmoronada, mirando
furtivamente el callejón. Han pasado trece años de eso, pero con el tiempo he
comprobado que lo que dicen del pasado, que es posible olvidarlo, no es cierto.
Ahora que lo recuerdo, descubro que llevo los últimos años, desde ese día de
verano de 1988, observando a hurtadillas ese callejón desierto.
* * *
De
críos, Nadîm y yo solíamos trepar a los chopos que adornaban el camino de
entrada a la casa de mi padre. Nos subíamos en un par de ramas altas y comíamos
las castañas que llevábamos en los bolsillos, nos las lanzábamos, jugábamos y
siempre nos reíamos. A veces, convencía a Nadîm de que disparara bolitas con una
pistola de juguete al perro del vecino. Nadîm al principio se negaba, pero si
yo se lo pedía, se lo pedía de verdad, no era capaz de negarse. Nadîm jamás me
negaba nada. Omar, el padre de Nadîm, siempre nos pillaba y se enfadaba, todo
lo enfadado que puede estar alguien tan bueno como él. Nos hacía una seña para
que bajáramos del árbol. Luego nos quitaba la pistolita y nos decía que el
demonio también jugaba con pistolas.
-Y nunca hay que hacer lo que el
demonio hace- añadía luego, regañando a su hijo.
-Sí, papá- contestaba Nadîm,
mirándose los pies. Pero nunca dijo que lo de disparar bolitas al perro del
vecino era idea mía.
Los chopos bordeaban el camino asfaltado que conducía
hasta la puerta de hierro forjado que abría paso a la finca de mi padre. La
casa estaba a la derecha. La huerta y el jardín estaban al fondo.
En el jardín, estaba la vivienda de
los criados. Allí vivía Nadîm y su padre. En los 20 años que viví en aquella
casa, entre un par de veces en la casa de Nadîm y Omar.
Fue en aquella vivienda donde Nadîm vio
a su madre por última vez. Mientras que
mi madre murió en el mismo parto, a Nadîm le abandonó la suya a la semana de
nacer.
* * *
En
1948, el año en que nació mi padre, Nicolás, dos hermanos jóvenes conducían al
volante del Ford de su padre. Atiborrados de hachís y wishky, atropellaron a un matrimonio provocándoles la muerte. Los
jóvenes y el huérfano fueron llevados por la policía ante mi abuelo, un
venerado juez. Tras escuchar el relato de los, relativamente, arrepentidos, mi
abuelo mandó que cumplieran cárcel durante un año. Por lo que concierne al
huérfano, mi abuelo lo adoptó y se lo llevó a casa. Ese niño era Omar.
Omar y Nicolás crecieron juntos,
igual que Nadîm y yo una generación más tarde. Mi padre a veces nos contaba los
enredos que hacían él y Omar, y éste movía
la cabeza y decía: «Pero diles, quién tenía las ideas y quién era el pobre
obrero». Nicolás se echaba a reír y pasaba el brazo por encima de Omar.
Sin embargo, en sus historias ninguna
vez se refería a Omar como a un amigo.
Lo llamativo es que yo tampoco pensé
nunca en Nadîm como en un amigo. A pesar de haber aprendido a montar en
bicicleta juntos o de haber construido juntos con dos latas y un hilo un
teléfono casero. A pesar de haber estado veranos enteros jugando con barquitos
juntos. A pesar de que, para mí, la cara de mi infancia sea la de Nadîm.
Pese a todo ello. Porque la historia
no es fácil de vencer. Ni la religión. De hecho, yo era español y él iraní, yo
era cristiano y él musulmán, y eso nada podría cambiarlo.
Pero habíamos crecido juntos, y eso
tampoco podría cambiarlo ninguna historia, sociedad o religión. Y es que toda
mi infancia me parece un largo y maravilloso día de verano en compañía de Nadîm
jugando al pilla pilla, a la pelota, a las canicas...
* * *
Un
día, cruzábamos la calle residencial que llevaba al parque en el que solíamos
jugar cuando, de repente, Nadîm recibió una pedrada en la espalda. Al volvernos
se me paró el corazón. Se acercaban Valarico y dos de sus amigos, Hugo y Manuel.
Valarico era hijo de un amigo de mi
padre. Cualquier niño que viviera en el barrio conocía, con suerte no por
experiencia propia, a Valarico y su famoso puño americano. Su bien ganada fama
de salvaje le seguía allá por donde iba. Deambulaba por el barrio seguido por sus
obedientes amigos, dispuestos a complacerle en cualquier momento. En una
ocasión le vi usar ese puño contra un niño. Jamás se me borrará la imagen de
los ojos de Valarico, brillantes de locura, ni su sonrisa mientras apaleaba al
pobre niño hasta dejarlo inconsciente.
De todos los niños del barrio que
acosaban a Nadîm, Valarico era con diferencia el más despiadado.
Y en ese momento era él, Valarico,
quien se encaminaba hacia nosotros.
-¡Buenos días, «maricón»!-exclamó
Valarico.
En seguida Nadîm se escondió detrás
de mí al ver que se acercaban tres chicos mayores. Se pararon delante de nosotros. Valarico cruzándose de brazos
esbozo una especie de sonrisa cruel. No era la primera ocasión que pensaba que
Valarico no estaba del todo cuerdo. Y también pensé en lo afortunado que era
por tener a Nicolás de padre, el único motivo, creo, por el que Valarico se
había contenido de molestarme.
Apuntó con el dedo hacia Nadîm.
-Hola, cretino -dijo- ¿Sabes que me
gusta, y mucho? El orden. Las cosas colocadas en el lugar que le corresponde.
Había una vez un líder. Un gran líder. Un hombre con visión. Franco.
-Nicolás dice que Franco estaba
loco, que mandó que mataran a muchos inocentes- me oí decir. Deseé no haber
abierto la boca.
-Veo que no quieren que sepas la verdad.
Para eso tendrías que leer libros que no encontrarás en la biblioteca del
colegio. Yo los tengo. Y me han abierto los ojos. Ahora tengo una nueva visión
y voy a compartirla. España es la tierra de los españoles. Siempre lo ha sido y
siempre lo será. Nosotros somos los únicos que deberíamos estar en España, los
españoles puros, no este musulmán de mierda de aquí. Su gente contamina nuestra
tierra. Manchan nuestra sangre.-realizó un gesto con las manos como si lo
barriera todo- España es de los españoles. Ésa es mi visión de las cosas. -Valarico
me miró de nuevo a mí. - Ya es tarde para Franco -dijo-, pero no para
nosotros.- Buscó algo en el bolsillo de sus pantalones.
-Déjanos en paz- dije con la voz
temblorosa-. Nosotros no te hemos molestado.
-Oh, claro que me habéis molestado-
y vi, con el corazón en un puño, lo que acababa de sacar del bolsillo. Su puño
americano. Por supuesto-. Me molestáis mucho. De hecho tú me molestas más que
este musulmán de aquí. ¿Cómo puedes hablarle, divertirte con él, dejar que te
toque?- dijo, con un tono cada vez más desagradable-. ¿Cómo puedes ser su
amigo?
«Pero ¡si no soy su amigo!- dije
nervioso-. ¡Es sólo mi criado!» ¿Eso pensaba realmente? Por supuesto que
no. Nadîm era para mí como un amigo,
mejor incluso, más bien como un hermano. Pero entonces, ¿por qué cuando venían
a visitarnos los amigos de Nicolás con sus hijos nunca jugaba Nadîm con
nosotros? ¿Por qué jugaba yo con Nadîm únicamente cuando nadie más nos podía
ver?
Valarico se puso el puño americano y
me lanzó una mirada de loco.
-Tú eres parte del problema, Tomás.
Si los idiotas como tu padre y tú no hubiesen cobijado a esta gente, estarían
pudriéndose todos en el lugar al que pertenecen. Eres una desdicha para España.
Observé sus ojos perturbados, dándome
cuenta de que hablaba en serio. Iba a hacerme verdaderamente daño. Valarico
levantó el puño y fue a por mí.
Entonces presentí un acelerado
movimiento detrás de mí. Por el rabillo del ojo vi a Nadîm agachándose y
poniéndose de nuevo en pie. Los ojos de Valarico se dirigieron velozmente hacia
Nadîm y se pusieron como platos. También Hugo y Manuel tenían ahora mirada de
asombro cuando se dieron cuenta de lo que había pasado detrás de mí.
Me volví y me encontré de frente con
el tirachinas de Nadîm. Nadîm tenía la banda elástica tensada hacia atrás, y la
tenía cargada con un piedra. Nadîm apuntaba a la cara de Valarico. Estaba
temblando y el sudor le caía por la frente.
-Márchate, por favor-dijo Nadîm
intentando parecer tranquilo.
Valarico silbó entre dientes:
-No hagas nada de lo que te puedas
arrepentir, musulmán sin madre.
-Por favor, déjanos tranquilos- dijo
Nadîm.
Valarico sonrío.
-¿No te das cuenta de que nosotros
somos tres y vosotros dos?
Nadîm no parecía asustado. Pero para
mí, su cara era mi primer recuerdo y conocía perfectamente sus matices más
tenues. Y sabía que tenía miedo. Mucho miedo.
- Eso es verdad. Pero tal vez no te
hayas fijado en que el que sujeta el tirachinas soy yo. Si te mueves lo más
mínimo tendrás que llevar un parche en el ojo el resto de tu vida, porque estoy
apuntándote directamente al ojo derecho.
Valarico bajó el puño. Hugo y Manuel
observaban fascinados aquél dialogo. Nadie antes había desafiado a Valarico. Y,
lo peor de todo, quien se había atrevido era un escuálido musulmán. Valarico
miraba a Nadîm, cuya mirada, debió de convencerle de la seriedad de las
palabras que había pronunciado, ya que bajó el puño.
-Debes saber una cosa, musulmán-
dijo Valarico con grave-. Tengo mucha paciencia. Esto no tiene porqué acabar
hoy, créeme.- Se volvió hacia mí-. Tampoco he terminado contigo, Tomás. Algún
día te pillaré sólo.-Valarico dio un paso atrás-. Tu criado ha cometido hoy un
grave error, Tomás- añadió.
Pronto dieron media vuelta y se
fueron. Los vi caminar y desaparecer detrás de un muro.
Nadîm intentaba guardar el
tirachinas en el bolsillo con las manos aún temblorosas. En la boca tenía
dibujada lo que pretendía ser una sonrisa tranquilizadora. Necesitó cuatro
intentos para guardar el tirachinas en el bolsillo. No dijimos mucho en el
camino de vuelta a casa, aturdidos como estábamos, con miedo de que Valarico y
sus amigos fueran a atacarnos en cada esquina. No lo hicieron, y eso tendría
que habernos consolado. Pero no fue así. En absoluto.
* * *
A
comienzos de agosto de 1988, estábamos Nadîm y yo en el jardín jugando a las
chapas cuando Omar lo llamó para que entrara en casa.
-¡Nadîm, Nicolás quiere hablar
contigo!- Estaba en el umbral de la puerta de entrada.
Hassan y yo intercambiamos una
sonrisa. Habíamos estado esperando todo el día esa llamada: era el cumpleaños
de Nadîm.
-¿Qué es, papá, lo sabes? ¿Me lo
dices?-le preguntó Nadîm , a quien le brillaban los ojos.
Omar negó con la cabeza.
-Nicolás no me lo ha dicho.
-Venga, Omar, dínoslo-le insistí yo-
¿Son lápices para dibujar? ¿Tal vez una pelota nueva?
Igual que Nadîm, Omar no era capaz
de mentir. Siempre que llegaba el cumpleaños de Nadîm o el mío, fingía no saber
lo que Nicolás nos había comprado. Y siempre sus ojos le traicionaban y
conseguíamos averiguar qué era. Esa vez, en cambio, parecía no saber realmente
qué regalo tenía preparado Nicolás para Nadîm.
Mi padre nunca se olvidaba del
cumpleaños de Nadîm. Al principio solía preguntarle a Nadîm qué quería, pero
tuvo que dejar de hacerlo porque Nadîm era demasiado modesto para pedirle nada.
Así que todos los veranos Nicolás escogía personalmente el regalo.
Entramos corriendo en casa. Una vez en el salón, nos
encontramos a Nicolás, sentado en el sillón en compañía de un hombre bajito y
con bigote.
-Nadîm-dijo Nicolás sonriendo con
timidez-, te presento a tu regalo de cumpleaños.
Nadîm y yo nos mirábamos extrañados.
No veíamos por ninguna parte ningún paquete envuelto con papel de regalo. Sólo
estaban Omar, de pie detrás de nosotros, y Nicolás con aquel hombre bajito.
El hombre con bigote sonrió y le
extendió la mano a Nadîm.
-Soy el doctor Moreno -dijo-.
Encantado de conocerte.
-Igualmente-dijo Nadîm un poco
inseguro.
Bajo educadamente la cabeza, aunque
lo que quería realmente su mirada era buscar a su padre, aún detrás de él. Omar
se acercó y puso las manos sobre los hombros de Nadîm.
-He hecho venir al doctor Moreno de
Barcelona. El doctor Moreno es cirujano plástico.
Nadîm nació con los dedos meñique y
anular de la mano izquierda unidos.
-Bueno- dijo el doctor Moreno-, mi
trabajo consiste en arreglar partes del cuerpo de las personas.
-¡Oh!-exclamó Nadîm. Miró al doctor
Moreno y luego a Nicolás y a Omar. Se acarició la mano izquierda-.¡Oh!-dijo
otra vez.
-Ya sé que no es el regalo que
esperabas, pero te durará toda la vida -dijo Nicolás.
-¡Oh!- dijo de nuevo Nadîm.
-Feliz cumpleaños- dijo Nicolás,
besando la cabeza de Nadîm.
De repente, Omar tomó las manos de
Nicolás y les dio un beso.
Yo sonreía, como todos, aunque
deseaba tener también algún defecto que despertase la simpatía de Nicolás, quien siempre se mostraba poco
afectivo. Era injusto. Nadîm no había hecho nada para ganarse la simpatía de Nicolás; simplemente había
nacido con esos estúpidos dedos unidos.
La operación salió bien. Nadîm
sonreía. Irónico. Fue ese verano en que Nadîm dejó de sonreír.
* * *
El
primer día que salimos a jugar, una vez cicatrizados los dedos de Nadîm, hacía
calor y se celebraba la yincana anual en el parque.
Nadîm sabía lo importante que era
para mí ese día. Era la oportunidad de demostrarle a Nicolás que era un gran
deportista, y ganar , así, su cariño.
Llegó la hora de la última prueba.
Yo estaba muy contento pues había obtenido muy buenas puntuaciones, era el
segundo en el ranking.
Todas las pruebas eran individuales,
excepto esta, en la que en parejas teníamos que correr cogidos de la mano y
conseguir un balón que nos lanzaba el árbitro. En el momento de la prueba,
Nadîm tomó mi mano y sonriendo me dijo: «Siempre estaré a tu lado».
Comenzó la prueba. Corrimos hacía al
balón todo lo que pudimos.
-¡Casi lo tienes, Tomás!-exclamó
Nadîm.
Entonces llegó el momento. Cogí el
balón del suelo y se lo entregué a Nadîm. Cerré los ojos. No necesité oír el
coro de voces de la multitud para saberlo. Tampoco necesitaba verlo. Sabía que
había ganado. Nadîm gritaba y me abrazó.
-¡Bravo! ¡Bravo, Tomás!
Entonces me encontré gritando. Todo
era color y sonido, todo era maravilloso. Abrazaba a Nadîm. Los dos reíamos y
llorábamos al mismo tiempo.
-Ahora tengo que ir a hacer unas
compras al mercado-dijo Nadîm- Lo celebraremos más tarde- añadió. Me besó en la
cara y salió disparado.
-¡Nadîm!-grité-. ¡Tráeme mi cámara
de fotos! ¡No tardes!
Estaba ya doblando la esquina del
parque cuando se paró y se volvió. Entonces exclamó:
-¡Por ti lo que haga falta!
Luego sonrío y desapareció por
detrás de los árboles. La siguiente ocasión en que lo vi sonreír tan
descaradamente como esa vez fue trece años más tarde.
Los vecinos me felicitaban. Les daba
las manos y les decía gracias. Por todas partes aparecían manos que me daban palmaditas en la espalda.
Yo devolvía las sonrisas, pero pensaba en Nadîm.
Finalmente la gente se fue
dispersando. Partí corriendo al mercado. Cuando llegué y eche un vistazo, no vi
a Nadîm.
Me precipité de nuevo a la calle.
Seis calles más al oeste de la nuestra vi a Raúl, un anciano amigo de mi padre.
-He oído que has ganado, Tomás-
dijo-. Enhorabuena.
-Gracias. ¿Has visto a Nadîm?
-¿Tu criado?- Asentí con la cabeza-.
Ha pasado hace un rato corriendo hacia el ayuntamiento. Seguramente a estas
alturas ya lo habrán pillado- comentó el anciano.
-¿Quiénes?
-Los otros chicos. Los que le
perseguían.-Alzó la vista -. Ahora vete corriendo, tengo que irme a cenar.
Pero yo ya corría dando trompicones
calle abajo.
«Siempre estaré a tu lado», me había
dicho. El bueno de Nadîm. El bueno y fiel Nadîm.
Empezaba a preocuparme la idea de
que anocheciera antes de encontrar a Nadîm, cuando escuché gritos. Había
llegado a una calle retirada. Continué hasta dar con un callejón y seguí las
voces, cada vez más fuertes. Aguante la respiración y asome la cabeza por la
esquina para mirar.
Nadîm estaba en la parte sin salida
del callejón y tenía una postura de pelea: los puños apretados y las piernas
levemente separadas. Detrás suya, sobre unos ladrillos rotos, estaba la cámara
de fotos.
Bloqueando la salida del callejón
estaba tres chicos, aquellos de los que nos salvó Nadîm con el tirachinas aquél
día en el parque. Valarico estaba en el medio. Sentí que el cuerpo se me
oprimía y como un escalofrío recorría mi espalda.
-¿Dónde tienes el tirachinas,
musulmán?- le preguntó Valarico, jugueteando con el puño americano- Fue fácil
amenazarme estando armado, ¿verdad? Pero vas a tener suerte. Hoy estoy
generoso. Me siento con ganas de perdonar. Perdonado. Ya está. -Bajó un poco el
tono de voz-Pero, como ya sabes, en este mundo nada es gratis, y mi perdón
tiene un pequeño precio que pagar. Y tienes suerte porque sólo voy a costarte
esa cámara de fotos.
Desde mi posición se veía como el
miedo se extendía en los ojos de Nadîm, pero, aún así, movió la cabeza
negativamente.
-Esta cámara se la regaló a Tomás su
abuelo. Esta cámara es suya.
-Un criado fiel. Fiel como un
perro-dijo Valarico-.Antes de sacrificarte por él, párate a pensar: ¿él haría
lo mismo por ti? ¿Sabes por qué nunca juegas con él cuando tiene invitados?
¿Por qué sólo juega contigo cuando no hay nadie más? Te diré por qué. Porque
para él no eres más que un criado. Algo con lo que jugar cuando se aburre, algo
a lo que darle una patada cuando se enfada. Te engañas si piensas que eres algo
más.
-Tomás y yo somos amigos- replicó
Nadîm, que estaba agitado.
-¿Eso crees? -dijo Valarico, riendo-
¡Eres un triste idiota! Algún día abrirás los ojos de tu sueño y comprobarás lo
buen amigo que es. ¡Bueno, ya vale! Danos esa cámara- Nadîm se inclinó y cogió
una piedra. Valarico se apartó-. Tu lo has querido.
Yo abrí la boca y casi dije algo.
Casi. El resto de mi vida habría sido de otra manera si lo hubiera dicho. Pero
no fue así. Tan sólo observé. Paralizado.
Valarico hizo un gesto con la mano y
sus dos amigos y él atraparon a Nadîm.
Entonces Nadîm le lanzó la piedra, dándole en la frente. Valarico
gritando se abalanzó sobre Nadîm y lo tiró al suelo.
Yo me mordí un puño y cerré los ojos
llorando.
El callejón estaba lleno de
escombros y desperdicios. Una silla de ruedas, cristales de botellas rotas,
revistas amarillentas, cajones rotos. Entre todos esos desperdicios había una
cosa que yo no podía dejar de mirar: los pantalones de Nadîm tirados sobre un
montón de escombros.
Hugo y Manuel sujetaban a Nadîm.
Valarico se arrodilló detrás de Nadîm y con las manos en las caderas de su
víctima, levantó sus nalgas desnudas. Se bajó los pantalones y luego los
calzoncillos y se puso justamente detrás de Nadîm. Éste se limitó a mover
ligeramente la cabeza. Pude verle la cara de refilón. Vi su resignación.
Aparté la mirada y me fui alejando
del callejón. Sentí algo caliente resbalando por mis muñecas. Era la sangre por
haberme mordido con tanta fuerza el puño. También sentí mis lágrimas correr por
la cara. Aún escuchaba los gruñidos jadeantes de Valarico.
Era mi última oportunidad para cambiar
mi destino, para elegir quién iba a ser yo. Podía entrar en ese callejón,
defender a Nadîm como tantas veces lo había hecho el por mí y aceptar lo que me
pudiera suceder. O podía salir corriendo.
Finalmente corrí.
***
Invierno de 2001
De
pie en el salón, observo la foto de Nadîm, mi mejor amigo de la infancia. En la
foto sonríe y tiene once años. Yo aparte de eso veo algo más. Mi pasado de
pecados no borrados. Vuelve a hacerse el nudo en mi estómago. Salgo a dar un
paseo por el parque. El sol destella en
el agua, donde dos barcos diminutos navegan empujados por la brisa. Flotan el
uno junto al otro. De repente, la voz de Nadîm me susurra al oído: «Siempre
estaré a tu lado». Me siento en un banco del parque y pienso en Nadîm. En Omar.
En la vida que había vivido antes de que llegara el verano del 1988 y lo
cambiara todo. Y me convirtiera en lo que soy.
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