Sobre
el telón de fondo de Iraq, la vida en Khanaqin
durante el verano de 1980 se desarrolla con
toda la intensidad y el colorido para la mayoría de los estudiantes
que han terminado sus estudios pre-universitarios. Para algunos, llegó el
momento que esperaban desde hacía tiempo: el fin de aquellas clases tediosas e
inservibles, el término de aquellos monólogos adormecedores. Había llegado, por
fin, el periodo de divertirse y de adentrarse en el mundo laboral. Para otros,
el verano era la ocasión perfecta para meditar sobre si habían elegido la
carrera adecuada. En cambio, para el joven Sabah, el verano supuso una
incesable disputa con su padre. Muhsin, abogado respetable, pensaba que lo
mejor para su hijo era hacer una carrera de ‘provecho’, y siempre le aconsejaba
estudiar derecho o medicina, haciendo caso omiso a la gran pasión de su hijo:
la pintura. Sabah se sentía frustrado.
Quería cumplir su sueño: ganarse la vida instruyendo con su arte. Y es que el
muchacho tenía un talento especial. Muchas noches, después de escuchar la lista
de razones que su padre le daba para ‘ser alguien en la vida’, para ingresar en
los estudios que él veía convenientes, Sabah se encerraba en su cuarto y creaba:
concebía retratos que parecían haber tenido como patrón una fotografía; pintaba
amaneceres y atardeceres, casas y cercas, chimeneas
y animales, nubes y pájaros. Empleaba el óleo, la acuarela, la témpera. Los
colores de
sus pinturas lograban persuadir a los
ojos. En definitiva, creaba vida hermosa. Y es que, al igual que Nicolas Poussin, concebía la pintura como la amante de la belleza y la reina de las artes.
Su
padre siempre había moldeado a su gusto el mundo que lo rodeaba, siendo Sabah
la única excepción. Muhsin era un obstáculo pues veía el mundo en blanco y
negro. Y era él quien decidía qué era blanco y qué era negro. Para Sabah
resultaba imposible amar a una persona así sin tenerle también miedo, tal vez
incluso sin odiarle un poco.
Ser
padre de un hijo que prefería encerrarse en su habitación pintando cuadros a ir
de caza…No era ésa la idea que se había hecho Muhsin. Pero si, naturalmente, la
que rondaba en la cabeza de Sabah.
Cuando
Sabah tenía diez años pintó su primer cuadro. Le llevó media hora. Se trataba
de un patio árabe con su espacio
abierto y fresco adornado en rojo, azul y dorado; una fuente en el
centro; las paredes decoradas con motivos
de follajes; y diversas especies de plantas exóticas alrededor. A partir
de ese día pintó muchos más cuadros, almacenándolos todos en una caja. La noche
en que reunió diez, subió las escaleras y entró en el despacho de Muhsin,
armado con la caja. Cuando hizo su entrada, Muhsin y Jafar, su mejor amigo,
estaban fumando en pipa.
-¿Qué
sucede, Sabah?- le preguntó el padre al muchacho, ladeándose en el sofá y entrelazando las manos por detrás de su
cabeza.
Sabah
le dijo que había pintado unos cuadros.
Muhsin
asintió con la cabeza y le ofreció una ligera sonrisa que emitía poco más que
un leve fingimiento de interés. Y nada más. Se limitó a mirar a Sabah .
Sabah
permaneció allí seguramente menos de un minuto, pero para él, ese fue uno de
los minutos más largos de su vida. Los segundos caían lentamente, separados unos
de otros por una eternidad. Muhsin seguía mirando a su hijo fijamente sin
ofrecerse a verlos.
Como
de costumbre, fue Jafar quién acudió al rescate del decepcionado niño. Le
tendió la mano y con una sonrisa para nada fingida, le pidió que se los
enseñara.
Una
hora más tarde, cuando Jafar fue a
marcharse, antes de salir se puso en cuclillas delante de Sabah y le
devolvió la caja junto con una hoja de papel doblada. Le sonrió y le guiñó un
ojo.
Hoy,
después de otro de los sabotajes de Muhsin, Sabah en su cuarto, busca la hoja
de papel que ocho años atrás le dio Jafar y encuentra las fuerzas para seguir
con su sueño:
Sabah jan:
Me han gustado mucho tus cuadros.
Dios te ha concedido un talento especial. Tu deber ahora es pulir ese talento. Tus
cuadros están pintados con una técnica correcta y un estilo interesante. Pero
lo que más me impresiona de tus cuadros es su viveza. Tal vez ni siquiera sepas
que significa esa palabra, pero algún día lo sabrás. Es algo que algunos
pintores persiguen durante toda su vida y que nunca consiguen. Tú, sin
embargo, lo has conseguido en tus primeros cuadros.
Siempre estoy y estaré a tu disposición. Veré cualquier cuadro que quieras enseñarme. Bravo.
Tu amigo,
Jafar